Lo que en aquel sitio acontecía no sería digno de mención salvo porque a todos, de alguna manera, marcó. Allí todo era especial: las historias de gimnastas rusos, la música ochentera, el olor a chocolate caliente, las visitas sorpresa, los viajes imaginarios....
Los visitaba con tanta frecuencia como le era posible, pues su compañía le resultaba realmente grata y conseguían que ella se sintiera especialmente bien.
Le enseñaron muchas cosas: conoció a Talking Heads, Simple Minds y Morrissey, oyó hablar de especies vegetales que desconocía, supo de qué otras formas se podía utilizar el color blanco, aprendió que los Huskys Siberianos poseen instinto asesino...
Como reconocimiento a aquella muchacha y con motivo del décimo aniversario de la inauguración de aquel espacio, los chicos decidieron obsequiarla con una réplica en oro de la llave de tan curioso lugar que sin embargo, tendría los días contados.
Así fue como la llave de oro de La Maison terminó en el cuello de la Madame.
Y colorín, colorado...